Mujer
y bebé, solos en la casa. El bebé duerme y la madre escribe en un cuaderno. Por
temor a despertarlo no enciende las luces, va dejando que la penumbra llene la
habitación y que la última luz del día se refleje en las ventanas. Quizás la
placidez y las promesas de futuro en la respiración del bebé dormido, y el amor
que siente en ella la llevan a pensar en ese apego primero, absoluto, el más
fuerte. Es la vida que va haciendo su trabajo. Y con la oscuridad que invade la
escena, piensa en el camino inverso, el de la vejez. En el desapego de los
otros, de la vida, incluso de los otros cercanos, al final hasta de los hijos.
Es la muerte que va haciendo su trabajo.